Blog_Dra.-Paula

Blog_Dra.-Paula (102)

Blog de la Doctora Paula

Medica especializa en Medicina Física y Rehabilitación trabaja en el servicio de Rehabilitación del Hospital Universitario de Fuenlabrada

Jueves, 10 Octubre 2019 16:21

Soledad

Bébédjia, 9 de octubre de 2019
 
Soledad
 
Hay 104 niños ingresados en la pediatría, 14 de ellos en la sala de cuidados intensivos, donde no cabe ni un alfiler. 
Debe oler fatal, pero no me doy cuenta porque sigo sin olfato. Todos los niños de la unidad de cuidados intensivos están acompañados por un familiar. Todos, menos uno.
 
Hace dos días trajeron a un niño con edemas en todo el cuerpo. Los párpados hinchados, cráneo, manos, piernas. Heridas en las orejas, cuello, nalgas, muslos. Era incapaz de abrir los ojos. Lo traía una mujer en brazos.
Nada más verlo, hice una foto y se la envié a Marimar. Pensamos que podría ser un Kwashiorkor. Fueron llegando pruebas; hemoglobina de 5, malaria...un desastre.
Al día siguiente se aclara todo: su padre le había golpeado hasta dejarlo en ese estado. Después parece que le abandonó en el bosque, donde alguien lo encontró. La historia está llena de lagunas; las enfermeras y la doctora de la pediatría me van contando retazos con los que yo voy recomponiendo su pesadilla. Después de la tortura le han abandonado. Una vez curadas las heridas, resuelta la malaria, la malnutrición y la anemia, las autoridades deberán decidir qué hacer con él. Y, mientras, él observa el mundo a través de sus párpados casi cerrados en una sala donde apenas se puede respirar.
 
Tiene unos dos años, y cuando he llegado a la pediatría, me lo he encontrado sentado, compartiendo una camilla. No se sienta erguido, no tiene suficiente fuerza para hacerlo. Esta desnudito, con una sonda urinaria y apoyado sobre un trapo manchado con sus propias heces. 
Es capaz de abrir un poco los ojos y, en cuanto me ve, me lanza los brazos. Se me revuelve el estómago. Torturado, abandonado, malnutrido, enfermo, sucio, desnudo, solo.
Todo el personal está haciendo algo. Llueve, así que nadie despeja pasillos ni habitaciones para estar en el patio central. Resulta muy difícil moverse entre la gente.
Le pido permiso a Pelagie para lavarlo y curarle las heridas. Rápidamente me da lo necesario; me entrega una muda de ropa (lastima que tenga capucha; el pobre tiene el cuello lleno de úlceras)
Están tan saturados que es materialmente imposible que alguien se ocupe del pequeño ahora. Cojo una bañera, mezclo agua caliente con agua del grifo, voy a por una esponja al refrectoire y a por unas toallitas de dodot que tengo en el cuarto.
Y empiezo a limpiarle. Despacio, intentando no hacerle daño aunque me resulta imposible. Despacio, susurrándole en español que esté tranquilo. Despacio, pidiéndole perdón cada vez que gime de dolor.
Luego le curo las heridas. Está lleno. Con más betadine y más gasas de las que probablemente debería, hago un repaso de todas sus úlceras y heridas. Le visto y le dejo tumbado. Solo. Pero ya limpio y con ropa seca. Julia viene a verlo y le cambia la bolsa de la sonda. Las dos nos quedamos mirándole, sobrecogidas.
 
Mi dolor se ha trasformado en algo físico: me ahogo en la pediatría, tengo nauseas, pero no puedo llorar. Me voy a la habitación y vomito. Vomito mi rabia, mi tristeza, mi impotencia.  Me encuentro mejor.
 
Julia podrá quedarse con él hasta diciembre, y eso me llena de paz.
Y hasta el día que nos vayamos, no dejaremos de curarle las heridas, limpiarle, asegurarnos de que tiene ropa limpia y seca, acariciarle y canturrearle al oído.
Martes, 08 Octubre 2019 17:00

Cal y Arena

Bébédjia, 3 de octubre de 2019
 
Os escribo desde mi crisálida blanca. Aunque es nueva (tiesa total), tiene dos agujeros por donde pueden entrar los pequeños asesinos voladores. 
(Mamá, no te agobies que he tapado los defectos con un par de pedazos de de cinta aislante) .
 
Desde mi crisálida veo la salamandra que velará mi sueño. Apago la lámpara portátil y cierro los ojos. Escucho el canto rítmico de las aves nocturnas y los murciélagos. 
Cierro los ojos para recordar el primer día.
 
Agridulce. Cal y arena.
 
Fui la última en salir del recinto de las chambres. Mientras me peleaba con el candado,  alguien me llama.
 
- ¡Baula! 
 
Me vuelvo. Una de las mamás adolescente del pasado viaje me mira sonriendo de oreja a oreja. 
- ¡Baula, Baula!- canturrea. 
- Georgette!
Nos abrazamos, le acaricio la cara. Está igual. 
Dulce.
 
- Anais est hospitalisée?
Su preciosa, sonriente  y meona malnutrida era el ojito derecho de Sor Raffaella. Anaïs se abrazaba a ella como si fuera una koala. A todos se nos caía la baba on la pequeña
 
La adolescente ensombrece la mirada. Me da miedo preguntar. 
 
- Elle a décédé.
 ¿Cómo digerir esta noticia tan amarga? Falleció hace dos meses. No puedo dejar de pensar en cómo decírselo a Marimar, o en lo triste que se pondría Rafaela cuando se enteró.
 
Nos abrazamos nuevamente y la invito a venir a verme. Ese día estaba de paso acompañando a una amiga.
 
Pronto llega mucho dulce. 
- ¡Paula!
Escucho mi nombre una veintena de veces. Abrazo a mis compañeros Chadianos uno a uno. Acompañando a los achuchones, choques de manos e intercambio rápido de información. 
 
- Ça va? La famille? Fatiguée? Bienvenue!
 
Cada uno de sus abrazos sinceros vuelve a recargar el “compartimento” de felicidad, tanto que el día,  a pesar de otros pequeños reveses recibidos, termina dibujando mi sonrisa típica Bebedjiana.
 
La cosa no va mal. El pueblo disfruta de un par de horas de electricidad, el local técnico para las baterías e inversores de la planta fotovoltaica está prácticamente terminado. 
Los médicos Chadianos trabajan maravillosamente a pesar de la sobrecarga: adultos malísimos, 102 niños ingresados, hacinados en los dormitorios, quirófanos a pleno rendimiento...
Los enfermeros, como siempre, de 10. Algunos trabajando con paludismo, haciendo noches mientras toman su quinina.
  
El barco sigue a flote. 
 
Descansa en paz, risueña Anaïs.
Bébédjia 
5 de octubre de 2019
 
La época de lluvias se ha alargado este año. Por eso la sabana está tan verde.
 
Sigue lloviendo, y gracias a eso, habrá más arroz y más trabajo para los que lo recogen. 
 
Sigue lloviendo, y por culpa de eso hay más mosquitos y más malaria.  Por eso en la “sala de cuidados intensivos”  de pediatría, hay 2 o 3 niños por camilla, en transverso.
 
Sigue lloviendo, el campo está precioso y hay menos miedo a la hambruna en la época seca, pero la malaria está arrasando con la salud y la vida de cientos de pequeños cada día. En Saint Joseph ingresan los que viven más o menos cerca, pero hay miles de pequeños sabana adentro, en las pequeñas aldeas de todo el país.
 
Y mientras llueve, hay 97 niños con sus madres y algunos hermanos en la pediatría. 97 niños de los cuales la mayoría tienen malaria, y un cuarto son malnutridos graves.
 
Hace dos noches murieron 3 de ellos; antes había 100. 
 
Hay tantos niños en la pediatría que todavía no he alcanzado a verlos a todos. 
 
Esta mañana he entrado en la sala de cuidados intensivos de pediatría buscando niños con daño cerebral por malaria. Hay 12, y 4 camillas. Están ellos, sus madres, y los mosquitos que actúan de vectores de la enfermedad que les ha llevado a esa sala. 
Hay dos pequeños recibiendo una transfusión. Una niña con una hemoglobina de 1g/dl; el otro de 2g. Si, lo sé. Todos pensamos que esas cifras son incompatibles con la vida, pero estos pequeños no dejan de sorprendernos con su fortaleza. Y mientras en España esos niños estarían muertos o en la UCI, aquí están tumbados en un trozo de camilla desvencijada, mientras la vida les va entrando por la vía que tienen en el dorso de sus manitas.
Y entre las dos camillas donde yacen tendidos sendos niños anémicos, veo en el suelo unos paños. Y debajo de esos paños, un precioso niño de 6 meses que se llama Franco (habéis leído bien). Está tendido en el suelo y su madre ahora mismo no está. Tiene los ojos cerrados, las manos en puño con el pulgar alojado dentro, codos flexionados y pegaditos a su diminuto tórax, piernas en flexión. Está rígido, pero reacciona cuando intento moverle las extremidades, y cuando le abro los ojos para ver su mirada perdida e intento distinguir las pupilas del oscuro iris. Lleva ingresado dos semanas, convulsionando, febril, inconsciente. Hoy no ha convulsionado. Si todo sigue así, el lunes intentaré empezar a tratarle. 
 
Hay tantos niños ingresados que es fácil que dejes de ver a alguno un día. Sobretodo si está tendido en el suelo, entre dos camillas y envuelto por paños. Pero Franco ya es mío, y no se me pierde ;)
 
Bébédjia, 7 de octubre de 2019
 
¿Cuantas cosas pueden ocurrir en una mañana? ¿En un par de horas? ¿En 15 minutos?
 
Esta mañana me vino a buscar Sor Paula, misionera de la congregación de Hermanitas de los Pobres que lleva en Chad 15 años. A Paula la conocí mi primer año aquí, y fue un flechazo total. Ella es maestra, y con sus hermanas llevan un colegio católico de Mbikou que es un oasis en medio de tanta miseria. Aparte de un método educativo diferente, este cole tiene la particularidad de que hay, al menos, un discapacitado por aula y que las hermanas luchan porque, como mínimo,  terminen la primaria y aprendan un oficio.
 
Para el tema de las hospitalizaciones, las ayudas técnicas y las cirugías que pudieran necesitar a lo largo del año estos pequeños, se me ocurrió crear un grupo de whatsapp que incluyera a amigos que quisieran apadrinarlos. Y así, ahora mismo tenemos en nuestra particular cantera a Roland, Hervé, Caleb, Severine, Juskar, Guershom, Samira y, recién incorporados y potencialmente apadrinables Apolinaire y JulesChrist.
 
Todos los años Paula me los trae a Saint Joseph para hacer una revisión o bien yo me desplazo a sus casas en plan visita a domicilio. Este año pensó Sor Paula que sería más bonito que los viera en la escuela. Y si, ha sido precioso y esperanzador  ver a estos 8 fantásticos (Roland este año está en un liceo a unos km de aquí) mezclados en el grueso que componen los casi 380 niños escolarizarnos.
 
La escuela está impecable gracias, en gran parte, a los papás de los niños que pintan las aulas y juegos de exterior, rastrillan la tierra llena de hojas (matando a las serpientes que van encontrando), y podan los árboles. Columpios de colores hechos con neumáticos, un sube y baja, un tobogán...hasta las fuentes tienen color.
 
Para asegurarse de que los niños rinden en la escuela, se prepara, a diario, una taza de bouille para cada niño y maestro. Hay muchos niños que no desayunan, y otros tantos a los que les dan los restos fermentados de la boule del día anterior, que les atonta por su pequeño contenido de etanol.
Esta bouille que prepara a diario Tabita (la abuela de Samira) lleva cacahuete, milo, azúcar y tamarindo. Es cocida en una enorme olla desde primera hora de la mañana y, para cuando los niños hacen la pausa a media mañana, ya se enfrió. Comprar los materiales necesarios para alimentar a estos niños durante todo el curso cuesta 1000 euros. ¿Os imagináis lo que se puede hacer con esa cantidad? Una pasada.
 
Antes de volver a Bébédjia con Samira (que tiene ya programada la cirugía para el miércoles gracias a Javier), me han traído a Jules Christ para que lo vea. Jules tiene 3 años. A los dos años convulsionó (por lo visto no fue paludismo) y desde entonces su desarrollo comenzó a ir más lento de lo normal. Jules Christ no habla, no camina ni repta, tampoco es capaz de comer solo. En la exploración por encima que le he hecho no me ha parecido que fuera sordo, pero si me llamo la atención que no me mirara a los ojos. Esto es menos valorable teniendo en cuenta que la mayoría de los niños temen a los nazaras, necesitaría que lo ingresaran en el hospital para hacer una exploración completa y empezar con el tratamiento. Y ahi ha empezado la discusión con el hermano mayor de la madre.
 
A los niños como JulesChrist los llaman niños serpiente. Algunos tienen la creencia de que están “malditos” por culpa de algún pecado u ofensa cometida por algún miembro de la familia, y los niños son el signo vivo del “delito”.   Creen que la maldición sólo desaparecerá cuando el niño serpiente muera.  
Cuando Paula le ha explicado a los papás que era necesario tráelo a Bébédjia, el tío materno se ha negado en redondo. Se opone a que el niño reciba el tratamiento  y Paula se ha enfrentado a él como una autentica leona. 
Me ha dicho que durante esta semana va a solucionar el conflicto familiar (con denuncia incluida al cantón del pueblo) y que me traerá al niño la semana que viene.
 
De vuelta a Saint Joseph, entro en la urgencia a buscar a Franco. Ha pasado por fin a compartir camilla. Mientras le hablo suavemente para que nos empecemos a conocer, veo por el rabillo del ojo a una madre que señala a la camilla que está pegada a la pared. Ahí, tendida e inerte yace una niña de unos 10 meses. Es preciosa. Acaba de traerla su madre con fiebre; todas sus mucosas están blancas. Su corazón ha dejado de latir. Empieza Blandine la resucitación y tomo el relevo yo. Alexis pone en marcha el concentrador de oxígeno y le coloca unas gafitas nasales. 15 minutos hundiendo el pequeño tórax de la niña mientras Alexis le administra adrenalina. Las madres se agolpan fuera. Nadie grita, nadie habla. Todo transcurre en un doloroso silencio hasta que, finalmente, dejo de bombear. Acaricio su cabeza e intento cerrarle los ojos. No puedo. Me retiro y vuelvo con los vivos.
 
La madre ha entrado y le ha cerrado los ojos y la boca. Lo ha hecho mecánicamente, sin vacilar, como si ya lo hubiera hecho demasiadas veces antes. Luego le ha atado un pañuelo rojo desde el mentón a la cabeza y, mientras el enfermero ha comenzado a quitarle la vía y el pulsi del dedito del pie, la madre ha empezado a envolver a la pequeña.
 
Cuando salgo de la urgencia, me cruzo con dos madres con sendos bebés que necesitan una transfusión. En nuestro hospital no podemos hacerlas, porque no nos quedan reactivos para el test rápido de hepatitis B. La muerte irá ganando segundos mientras sus padres se llevan a sus hijos a otros centros donde puedan comprobar que la sangre del donante es apta para la transfusión.
 
En quince minutos una preciosa niña ha muerto por malaria.
En un par de horas varios niños han llegado a la urgencia con necesidades que no hemos podido cubrir. 
En una mañana he visto qué bonitas salen cosas cuando uno las hace con amor,  he sentido esperanza, he abrazado a niños a los que extraño el resto del año, he comprobado que la ignorancia mata, Franco y yo hemos empezado a conocernos, he sentido impotencia y he visto a una niña preciosa dormirse para siempre.
 
Son muchas cosas para una mañana. 
 
Y os escribo bajo mi crisálida blanca,  asustada porque no derramé ni una lágrima.
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