Bébédjia, 23 de febrero de 2025
Dimash djo (domingo dos)
A pesar de que todo aquí discurre tan lento, los días pasan rápido, demasiado rápido.
Los chadianos caminan despacio, tanto en la calle como en el hospital. Será por el calor. O por la anemia crónica después de tanta malaria. Es como si estuvieran continuamente ahorrando energía.
Da igual que venga una emergencia vital. Nadie corre aquí. Tampoco he visto a nadie echando una carrera para llegar a una camioneta.
Los que me conocéis bien sabéis que yo no camino, que yo hago marcha atlética para desplazarme de un sitio a otro.
Siempre con el mismo compás, tanto que son muchos los compañeros que saben que me acerco cuando escuchan mis pasos, invariables en cuanto al ritmo.
Siempre con prisa para terminar a una hora razonable la consulta, con prisa para llegar a la siguiente actividad de la tarde. Con prisa por el simple hecho de que caminar rápido es una actividad deportiva (que una es también un poco vigoréxica).
Pues bien, cuando estoy aquí me cuesta adaptarme a este ritmo pausado. Tan despacio van que a veces me da la impresión de estar yendo hacia atrás.
La primera semana hay que frenarme, pero finalizando la segunda, ya he adquirido la cadencia chadiana que, para mí, es terapéutica. Me ayuda a modular la ansiedad, a centrarme en el aquí y ahora, a empaparme de los colores, los rostros, las voces de los que se cruzan por mi camino. Me ayuda a no frustrarme cuando las cosas no se hacen como a mí me gustaría y a mejorar mi paciencia. Porque aquí no es solo paciente el paciente.
“O te aclimatas o te aclimueres” (madre dixit).
Y, a paso lento, me encanta recorrer el espacio entre nuestras habitaciones y el hospital. Cruzarte con gente y saludarles en su idioma, pero saludarles de verdad deseándoles, de corazón, que pasen un buen día.
Fijarte en sus ojos y encontrarte con miradas de afecto, de curiosidad, de asombro, miradas divertidas, miradas agradecidas, miradas de terror.
Hacer ese paseo con sosiego y repetir, un día y otro, el ritual del mirar, saludar y sonreír me carga de buena vibra y me ayuda a trabajar.
Hoy Dimash hace un calor casi aplastante. Y lo “bueno” está, todavía, por llegar. Seguimos viendo chadianos con sus mangas largas y sus pelucas o gorros de lana, mientras los nasaras ya no sabemos qué más ropa quitarnos sin generar un conflicto inter-racial o religioso.
Hoy los chadianos siguen con su ritmo caribeño mientras nosotros andamos siempre en primera, sin poder embragar.
Mañana empieza la tercera semana, semana que siempre me ha parecido la más dura. Por delante quedan 4 días de formaciones para el personal, acoger a Jennifer el miércoles en el programa, ir a Handicapés para ver algún caso y aprovechar para seguir viendo ahijados, una cena en casa de Alice, la inauguración del primer edificio del Hogar Escuela para huérfanos de VIH y, ojalá, un viaje dominguero a Maybombay para comer rico en casa de Sor Maritza y Sor Soco.
Queda todo eso por delante y también una subida de las temperaturas y todos los casos que lleguen al hospital.
Hoy, un plato de pasta fresca casero hecho por Giuditta (con Javier como ayudante), sirve de combustible para acabar el día. ¡A ver qué nos inventamos mañana para no desfallecer!
Espero que hayáis pasado un fin de semana estupendo.
A por Cula-Kara!!