Bébédjia a 6 de febrero de 2023
Hay una capilla dentro del hospital. La mandaron construir hace unos dos años, gracias a unos benefactores polacos.
En esa capilla se reúnen los lunes los trabajadores de Saint Joseph y con unos cantos, una lectura del evangelio y una reflexión sobre lo leído comienza la actividad cada semana.
La capilla es abierta y austera, con bancos de cemento de principio a fin. En ella también se celebra, una vez al mes, la misa de los enfermos, donde acuden pacientes, familiares y personal.
Es lunes, y aquí ha empezado nuestra jornada laboral hoy también. Una vez presentados en sociedad los 5 (bueno, los 3, que Javier y yo ya casi somos parte del staff), nos hemos distribuido por nuestras respectivas zonas. Yo he acompañado a Rocío a la pediatria que está bastante tranquila (me refiero a la sala de pediatría, que la pediatra estaba nerviosa pensando en el debut). Hay 39 pacientes ingresados cuando en época de lluvias hemos llegado a tener 108.
Calma aparente. Aparente, porque a los pocos minutos de llegar, sin que me hubiera dado tiempo a enseñar a Rocío el control de enfermería o las habitaciones, han traído a un prematuro que acababa de nacer y no respiraba.
Si no hay luz no hay concentrador de oxigeno, así que sirviéndonos del unico ambú de la unidad, hemos empezado con la reanimación del pequeñin. Rocío me mira atónita. Nadie corre, todo se hace lentamente, hasta las ventilaciones del pequeño, como si todo el mundo fuera consciente de que hay muy poco que hacer. Con una prudencia y educación exquisitas, Rocío ha comenzado a dirigir la reanimación hipermegabásica del bebé que yacía inmóvil, pálido y arreactivo. Cuando por fin empezaba a respirar por si mismo, nos ha llegado su hermano que, a priori, pintaba mejor…hasta que se ha parado. Y así hemos estado, ventilando a uno y otro, dando masaje cardiaco al primero y al segundo cuando sus corazoncitos dejaban de latir, poniéndoles cafeína por una sonda nasogástrica (cafeína que hemos traído nosotros, que aquí no hay) porque hasta el momento había sido imposible cogerles una vía. Yo me he ido a ver a un paciente a la consulta y, a mi vuelta, Rocío me confirmaba que ambos respiraban. Por fin había luz. Por fin se pudieron poner en marcha los concentrados Por fin los gemelos parecían reaccionar.
Felicidad.
Superada esta primera fase de ansieuforia, ha sido una tortura ver cómo intentaban cogerles una vía. Sus pequeños brazos con diminutos hematomas lineales en manos, antebrazos, codos y pies fruto de numerosos intentos de canalización fallidos. Los enfermeros, ayudados de las linternas de sus moviles, intentándolo una, otra, otra vez. El llanto lento, débil provocado por el dolor. Sus movimientos espontáneos todavía poco enérgicos, pausados, ineficaces.
Finalmente se ha conseguido colocar sendas vías y se les ha cubierto con una manta térmica que, lamentablemente, de poco ha servido, pues el segundo en llegar ha fallecido al poco tiempo. La abuela se ha quedado sosteniendo el bracito del prematuro primero para que la vía funcione bien. Ojalá salga. Ojalá.
Ha habido más, mucho más este día de estreno. La hermana Mabel del centro de discapacitados de Doba manda un goteo de pacientes que nos mantiene ocupados hasta la hora (sofocante) de la comida.
También se han sucedido los abrazos (que hoy si me los han dado, aunque reconozco que antes de escuchar mi todavía prácticamente inexistente voz), las llamadas de Elisabeth para que valore a alguien o intente poner en orden el almacén (que cada año toca ordenar y tirar) y mucha alegria al comprobar que todavía me acuerdo del Nganbae, de las palabras claves en Árabe y que me manejo mejor en francés.
A las 10 de la noche toca vuelta rápida por la pediatría para repartir comida y para comprobar que el primer gemelo decidió acompañar a su hermano en el cielo, que allí no duelen los pinchazos ni te molestan un par de nazaras insuflándote aire en tus inmaduros pulmones cuando todos los demás sabían que no había nada que hacer. Y es que sin dolor y sin disnea se puede uno dormir, y dormidito se está mejor.
Impresionante la respuesta de nuestra pediatra, Rocío. Su calma, el respeto con el que ha manejado la situación y la aceptación inmediata de esta realidad, la realidad en la que tendrá que trabajar y luchar el resto del mes.
Hoy ganó la muerte, pero mañana puede que no. Ademas, las baterías para la planta fotovoltaica siguen acercándose a Douala. Y con ellas estoy segura de que a la muerte le costará más imponerse.
Palabra de la Dra. Lumière.