Bébédjia, a 7 de febrero de 2023
Esperance
Gema, mi compañera fisioterapeuta del Hospital (y de enganCHADos), conoció a Esperance en junio de 2017.
El pequeño, que entonces tenía dos años, había sobrevivido a una meningoencefalitis tuberculosa pero había perdido la capacidad para desplazarse y tenia un defecto visual importante.
A Esperance le acompañaba en el hospital su padre, que caminaba con muletas por las secuelas que le dejó la poliomielitis, y su abuela, Christine, de quien ya os hablé hace años.
Gema trabajó con él y enseñó a la abuela y al padre cómo estimularlo en casa. Cuando yo llegué a Bébédjia en noviembre de ese mismo año, me trajeron al peque. Tengo vídeos y miles de fotos porque me emocionó ver cómo Esperance había mejorado muchísimo ya que pesar de los déficits, gateaba, se ponía de pie y caminaba agarrado por la barra lateral que acabábamos de instalar para nuestro proyecto.
El padre tenía nuestro teléfono, y llamaba a Gema para que le ayudáramos para continuar sus estudios. A mi me lo pedía en persona cuando me veía año tras año en Saint Joseph. Conocía a algún enfermero que le avisaba de que la expedición española había llegado y me lo encontraba, al poco de aterrizar, esperando en la puerta del hospi sin el niño. Le explicaba, año tras año, que enganchados es un proyecto sanitario y que no podíamos subvencionar sus estudios (por mucho que me hubiera gustado), pero que intentaría buscar algún proyecto que pudiera ayudarle (y que nunca encontré).
El año pasado no vino a verme. Pregunté y me contaron que el papá había fallecido, pero que Esperance seguía vivo y al cuidado de su abuela.
Hoy Pelagie, la enfermera jefa de la Pediatria, me ha pedido que valorara un paciente de 8 años con secuelas de malaria cerebral. Al parecer estaba haciendo tratamiento rehabilitador con la hermana Mabel en Doba y lo derivaron a Saint Joseph para ingresar por malnutrición. Reviso la historia. Hay pocos datos.
Pelagie me ha acompañado a ver al paciente que estaba tumbado en el suelo sobre un paño. Me parece demasiado pequeño, demasiado delgado para la edad que dicen.
- ¿8 años?
Pelagie asiente.
El chaval está boca abajo, con las piernas hiperextendidas y los pies en punta. Sus brazos, en flexión el derecho y extendido el izquierdo, se mueven torpemente, sobretodo el derecho, cuya mano mantiene fuertemente cerrada. En esta posición solo alcanza a subir ligeramente la cabeza y la parte superior del tórax, y cada vez que lo intenta, las piernas, rígidas, se dirigen hacia arriba y el cuerpo entero se comba. Tiene el pantalón empapado de orina y con restos de jefes. Parece que canturrea. Al menos está contento. Con cuidado lo volteo y me encuentro una carita que reconozco. Esos ojos grandes, redondos. Esa mirada desviada a la derecha.
- ¿Se llama Esperance?
- Si.
- ¿Ha venido con la abuela
Pelagie asiente y se marcha en busca de la abuela. Pronto aparece con Christine, que no me reconoce hasta que no le enseño los vídeos de 2017. Se lleva la mano a la boca, me mira, ríe y empieza a contarle en nganbae nuestra historia a las compañeras de habitación. Supongo que les hablaría de los juguetes que tanto le gustaban a Esperance, de cómo le engañábamos con cacahuetes para que caminara alrededor de la mesa o a lo largo de la barra. De los aplausos y ovaciones cada vez que recorría la pediatría gateando en busca del xilófono.
Esperance y Christine. Me pregunto qué habrá pasado entre medias para que ahora el pequeño esté tan afectado neurológicamente. No consigo enterarme. Christine apenas habla francés y los enfermeros están demasiado liados para hacer de traductores.
Escribo a Gema.
Empezaremos de nuevo.