Domingo, 23 Marzo 2025 08:41

Estoy en mi crisálida, repasando lo vivido en las últimas 24 horas.

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Estoy en mi crisálida, repasando lo vivido en las últimas 24 horas.

La balanza se inclina, claramente, hacia la alegría. Tan poco pesa lo triste que el platillo de las cosas buenas está en contacto con la tierra roja donde se apoya la base.

Tres momentos. Tres en las últimas veinticuatro horas en los que he tenido la certeza de que todo estaba bien, que la vida había tejido para mí esos tres instantes perfectos para
que yo pudiera guardarlos en mis frascos.

Me he dejado envolver por ellos como hace días me dejaba envolver por brisa y ahora, refugiada en mi crisálida, lo sentido me desborda y sale por donde puede, hidratandoestos ojos llenos de ese polvo en suspensión que se levanta cuando un grupo de niños y adolescentes bailan. Bendito baile. Benditas gotas de felicidad.

Si.

Acúsenme de lo que quieran. Moñas, sensiblona, corazón de mantequilla.

Culpable.

Quiero congelar esos 3 momentos, para llorármelos cuando lo necesite. Cierro los ojos y los repaso de uno en uno.

Irene ha traído a Marie a casa. Marie, la hija de Blanchie, mi amiga Blanchie que nos dejó mientras el COVID nos retenía en nuestras casas. La niña huérfana de la mirada más triste. La que lucía ese pelo anaranjado que exhiben los que pasan hambre. Si, esa
que cuando tenía algo menos de un año bailaba sobre mi camilla mientras yo le enseñaba ejercicios a su madre para que tratara a Beau Claire.

Hacia falta explicarlo, que Javi dice que pongo demasiados nombres y que la gente no sabe de quién les hablo (aunque está todo escrito en los relatos de años pasados ;) )

El caso es que la cuñada de Blanchie me ha traído a Marie, como cada año desde que Blanchie murió. Casi siempre parece que la pequeña viene a regañadientes. Pero ayer no. Ayer Marie tenía ganas de verme. Vino limpia, bien vestida. Un pañuelo color verde
botella cubría su pelo, pero no parece desnutrida. Ya no se esconde tras las faldas de su tía. Me mira segura, sin miedo. Y su sonrisa…su sonrisa lo ha llenado todo.

Segundo instante. Marie Claire. Mi hija chadiana. Mi díscola adolescente.

Yo soñé con que acabara sus estudios en España, que encontráramos la forma de mejorar el dolor que le provoca su tullida pierna.

Yo la soñé en mi hogar, pero a su padre le venía bien que ella siguiera siendo su sirvienta, y me ofrecía a otros hijos de otras madres todavía vivas.

Marie Claire está en un internado en Doba, por eso apenas la veo cuando vengo.

Hoy ha venido a Bébédjia. Salía de la APMS y me ha visto. Ha lanzado su bolso al suelo y ha corrido todo lo rápido que le ha dejado su cojera. Y me ha abrazado fuerte. Y yo la he correspondido. Y no hay un solo rincón de mi alma que no haya sido ocupado
por la alegría que todo lo ha inundado.

Tercer instante.
Los huérfanos del programa Estudiar en Chad en la inauguración del primer edificio del Hogar Escuela Saint Paul.

Los niños y sus madres, todos de punta en blanco. Globos, música, bendición, cantos de agradecimiento, comida y bebida para todos, entrega de regalos, baile, baile, baile.

Ver a este grupo de niños crecer sanos y felices a pesar de su entorno.

Saber que están alimentados, que están recibiendo la mejor educación, que saben pintar y jugar.

Saber que se sienten queridos y acompañados.

Ver que a veces (aunque con mucho trabajo) los sueños se hacen realidad.

Hemos vuelto al hospital escoltados por Daniel y Bonaventure, que es sábado noche y hay mucho maleante. Y, conforme me acercaba a mi habitación, he notado que me iba rompiendo de felicidad. Una vez en mi crisálida, he dejado que terminara la implosión y
he roto a llorar.

Los padrinos me habéis acompañado toda la tarde. ¿No habéis notado que esta noche hay mucha luz?

 

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