Bébédjia, 2 de marzo de 2025
Resaca emocional
No falla. En casi todos los viajes a Chad me paso un domingo (tirando hacia el final) en una cama de una de las casas de alguna misionera. Y coincide que suele ser el día después de celebrar algo con los niños, después de haberlo sentido todo, pero todo a la vez.
La clínica suele ser siempre la misma: agotamiento y gastroenteritis. Esta vez, además, aderezado con unos deliciosos 42° a la sombra.
Ya habíamos quedado con Sor Maritza para ir a su casa de Maybombay, y la oportunidad de poder charlar, tranquilamente, con ella y el resto de las Hermanitas de los Pobres es algo que uno no se puede perder.
A Maritza la conocí en 2021 cuando ella estaba en Mbikou llevando nuestro pequeño proyecto de discapacitados. 20 años lleva en este país, con algún corto periodo de descanso, que Chad es mucho Chad y hay que desintoxicarse un poco.
El trayecto a Maybombay es parecido a la ruta Bebotó, aunque más corto. Desde Doba son 40 minutos de camino de arena y cicatrices que, en época de lluvias, deja aislada del mundo a su pequeña (gran) misión. Maritza, en su Toyota, domina la conducción mientras recorre este paso sinuoso entre palmeras y mangos, árboles de karité, acacias y algún neré. Esquiva cabras, gallinas y niños con una destreza envidiable.
Los campos, como ya viera el año pasado hacia Bebotó, están quemados. Los Chadianos tienen la creencia de que así, y solo así, podrán preparar bien la tierra para la época de cosecha, y los niños aprovechan esta absurda práctica que deforesta la sabana para cazar al vuelo las esquivas ratas y asegurarse una degustación de “rat rôti” para cenar.
Resulta imposible que entiendan el concepto de rotación de cultivos. Este trozo de tierra, otrora abarrotado de vegetación, es ahora un campo árido y negruzco que, Inshallah, se convertirá en unos meses en un arrozal.
Maritza lo explica muy bien. La sociedad chadiana busca integrarse en el mundo moderno, pero sigue anclado en tradiciones y creencias ancestrales que resultan imposibles de modificar en el país que ostenta la tasa de alfabetización más baja del mundo.
Ellos han pasado directamente de la ausencia de comunicación (ni telégrafo, ni teléfono analógico, ni televisores…) al móvil y, en los últimos dos años, al smartphone y las redes sociales.
Siguen sin electricidad. Es muy fuerte esto. El país vive, todavía, a oscuras. Todo lo que se instala acaba muriendo por falta de mantenimiento. Intentaron poner luz con placas solares en el puente de Mondou y la cosa duró menos que un caramelo en la puerta de un colegio. ¿Robaron todo? Lo robaron.
No hay servicios de saneamiento básicos, la carretera está todavía en construcción (y ha sido gracias a los chinos que trabajan en la planta petrolífera que se han hecho las mejoras), y los enfermos (adultos) se llevan a los curanderos para que les sajen la piel o les pongan en la herida infectada una bosta de la vaca mezclada con la tierra, llena a su vez de basura.
Ya hay un TAC en Mondou, pero no hay un técnico que maneje la máquina ni un radiólogo que interprete las imágenes.
El chadiano vive en el aquí y el ahora, que suena tan romántico como todos esos mensajes manidos que llenan tu feed de Instagram, pero aquí, ese lifestyle, entorpece el progreso y alimenta la miseria.
Si gano 1000 francos hoy, me los pulo hoy. Y, si ya he comido algo, compro datos para mi móvil. Mañana será otro día.
Son incapaces a comprender en conceptos básicos como la compra y almacenamiento de cereales cuando el precio es bajo, en el ahorro o la inversión a futuro. Porque el futuro aquí es tan sumamente incierto, que esas ecuaciones simplemente no tienen sentido.
Aún así, las misiones en Chad, inasequibles al desaliento, siguen creando proyectos de educación, sanidad o agricultura con la casi siempre ineficiente ayuda del estado.
A Maritza le preocupa que cada vez haya menos vocaciones. La mayoría de las congregaciones tan solo cuentan con dos misioneras, número claramente insuficiente para su titánica y multidisciplinar labor. Piensan que pronto tendrán que cerrar una de las dos casas que tienen en Chad y, probablemente, será la de Maybombay, en funcionamiento desde 1997.
Sus palabras no eran un reclamo ni una queja, sino un testimonio honesto de la realidad que viven, contado con la paz de quien ha encontrado sentido en su misión.
Mientras yo me abanicaba en el camastro de soco e intentaba dormir (sin éxito, no solo por la temperatura del cuarto que rondaría los 39 grados, sino porque dormir mientras uno se abanica es imposible), ella y sus hermanas nos preparaban un rico pozole (que no he sido capaz de comer) y se tronchaban con las ocurrencias de Javier.
Mucha vida hay en esa casa.
Mucho amor y mucho servicio.
Gracias, como siempre, por abrirnos los ojos, hermana.