Bébédjia, a 26 de febrero de 2025
La brise
Amaneció encapotado.
Además, una suave brisa templada (que no caliente) nos ha regalado un comienzo de mañana mucho más agradable que en días previos.
Esa brisa también me ha empujado, a ritmo chadiano, de un lado a otro de Saint Joseph. Y menos mal que me ha empujado, porque hoy ha sido el típico día pinball. Que si Saint Joseph fuera como un 12 de Octubre, se pondría el sol e igual, antes del siguiente amanecer, una habría acabado. Y con pasos de sobra para repartir al resto del grupo para que todos llegáramos al objetivo de actividad de un atleta.
La brisa me ha llevado, primero, a la pediatría, porque sabe que es mi lugar favorito del hospital. Ahí la pobre se ha entremezclado con los olores de la sala de cuidados intensivos que, aunque está un paciente más vacía que ayer, huele a paños llenos de los excrementos de los pequeños, secos los de ayer, húmedos los de hoy. Que en este contexto de extrema pobreza, ¿quién puede permitirse un pañal? Yo creo que, además, las madres tienen el nervio olfatorio tan petado de señales, que ya no son capaces de discernir lo que huelen. Por eso utilizan y reutilizan el paño hasta que, en el pase de visita, uno levanta el paño para ver al niño y, al tocarlo mojado (cuántos pises puedo haber tocado desde que he llegado aquí ni yo lo sé), le pides al garde-malade que porelamordeDios cambie la tela. Y que lave el paño remojado, que lo suelen dejar a modo de almohadón en algún lado de la camilla.
La vuelta por la sala de cuidados intensivos ha sido más breve que la de ayer, porque la pequeña de 6 meses con neumonía ya ha dejado de necesitar el oxígeno.
De ahí la brisa me ha acompañado a la Habitación Bonita. No ha querido pasar (la pija de ella) porque la ropa de Franklin hoy estaba maloliente as ever, y ya se había saturado lo suficiente con la peste de la sala anterior.
Da igual que huela mal, que yo soy cinturón negro en hablar horas sin respirar y el espectáculo bonito de la Habitación Bonita no me lo pierdo yo por nada en el mundo.
Sin brisa le he dado un achuchón (flojito) a Arlette (mofletillos in crescendo) y me he acercado a ver al pequeño sin nombre que ya tiene nombre y también tiene malaria. Emmanuel (que así le he bautizado porque me recuerda a otro malnutrido de Laï que se convirtió en querubín) está poco reactivo, y he pillado a su madre dándole, con sus dedos sucios, un agua sucia que guardaba en una cazuela sucia. Chivatazo a Pelagie.
Franklin huele fatal (bueno, él no…su ropa) pero tose menos. Josephine, su madre, no ve el momento de marcharse. Se masca el alta.
Al lado de Franklin, tumbada en la cama, me encuentro con una inquilina también pequeña, probablemente prematura, de dos semanas de vida. Martine. Su joven madre, Catherine, está ingresada en la Medicina, enganchada a la vida por vía nasal y vía venosa. Tiene mal aspecto. Muy malo. Espero que lleguemos al diagnóstico antes de que Martine pase a engrosar la lista de huérfanos en Saint Joseph.
Al salir de la Habitación Bonita me reclaman porque hay un sacerdote esperándome en la APMS con secuelas de una fractura de mano. Viene conmigo la brisa, e inhalo sus partículas en suspensión porque, al menos, estas son inodoras.
Cruzamos el hospital la brisa y yo, y me encuentro no solo con el padre en cuestión, sino con Nathalie, la joven viuda, sosteniendo a la pobre Jennifer y sus múltiples malformaciones. Apenas la mira, aunque sí la alimenta, porque si no esta bebé serpiente nunca habría cumplido los 3 meses de vida. Creo que Nathalie sigue pensando que lo de la chiquilla tiene remedio y yo, que tengo claro que no lo tiene, solo pienso en descartar una neumonía y en aliviar el dolor que sufre la preciosa Jennifer cada vez que le intentamos movilizar los dedos para medirle la saturación. Su rígido cuerpo va a doler cada vez que su madre la cambie de posición, cada vez que la sostenga erguida, cada vez que intente cargarla a la espalda. Resulta difícil decidir hasta dónde llegar en estos casos porque, en realidad, lo que queda es acompañar a madre e hija y evitar, en la medida de lo posible, que a la pequeña le duela la probablemente sucinta vida.
Las dos pasarán a engrosar la lista de familias de Estudiar en Chad. El proyecto se hará cargo de las necesidades médicas y alimentarias que tenga la pequeña, y a la madre se le dará una ayuda para que pueda hacer pasta de cacahuete que pueda vender en el mercado. Esa es la única manera de que el segundo marido de su madre acepte tenerla en su casa. Que se gane el sustento. En caso contrario, las dos seguirán cambiando de hogar cada pocos días, de casa de un tío a casa de otro, porque nadie las querrá tener bajo su techo. Una viuda y una bebé serpiente son, simplemente, una carga demasiado pesada para cualquiera.
La brisa, que si que corre a través de la APMS, me lleva de Patrice a Jennifer y de ésta a la sobrina de uno de los auxiliares de fisioterapia de Handicapés. Nelom tiene 7 años, y la columna deformada. Su piel habla del dolor de columna que lleva arrastrando desde octubre. Su radiografía habla del mal de Pott. Con la faja lumbar que nos hemos traído, Nico la deja apañada. Y, sin más prueba diagnóstica procedo, con tele-ayuda de Marimar y a ajustar las endiabladas dosis de cada uno de los antibióticos que hacen falta para acabar con el bacilo tuberculoso (cómo no, no queda la combinación infantil de antituberculosos en el hospital).
La brisa nos ha llevado al despacho de la encargada de la tuberculosis que ha supervisado que estaba todo bien explicado en el carnet de Nelom y que la madre había comprendido cómo tendrá que realizar el tedioso tratamiento.
En ese momento ha desaparecido la brisa. Es como si estuviera cansada de nuestra lentitud, cansada de ver otra niña enferma, cansada de acompañar a la nasara que huele a relec.
Me ha dejado sola cuando he tenido que explorar a una niña de 16 años, embarazada, que ingresó con síntomas de malaria pero que en realidad parece que tiene un tumor o una encefalitis que le impide, ya, mantenerse en pie o caminar. Como las desgracias nunca vienen solas, el feto de Esther tiene, también, malformaciones graves. Y aquí no se pueden hacer las pruebas diagnósticas que necesitaríamos para ver si la adolescente tiene algo curable o no, así que mataremos moscas a cañonazos con lo que tenemos y lo que trajimos y, como siempre, rezaremos para que su final y el del feto sean, al menos, indoloros.
Impotencia.
Brisa, llévate esta impotencia que lastra mi corazón.
Y la brisa volvió, y me llevó a la Habitación Bonita (aunque no entró) y me acompañó al refrectoire a comer y, después, al aula de docencia donde hemos dado las sesiones formativas Javi, Nico y yo.
Ha esperado fuera la brisa, porque dentro del aula no cabía una sola partícula más de lo abarrotada que estaba.
Y al terminar el curso, mientras nuestros compañeros tomaban el tradicional ágape, ha vuelto a por mí.
Estaba más fresca la brisa, y la he recibido como quien recibe una caricia de alguien muy querido.
Y no me ha dejado salir de sus entrañas hasta que me ha dejado en la alfombra azul, tumbada, con mis pies mugrientos frente a nuestro árbol de mango.