Bébédjia, a 22 de enero de 2022
El mosquito.
¿Hay algo más molesto que escuchar un mosquito merodeando alrededor de tu oreja cuando te metes en la cama?
Hay algo más molesto que escuchar un mosquito merodeando alrededor de tu oreja cuando te metes en la cama.
Y yo lo he vivido.
Porque te has metido en una pequeña crisálida y estás atrapada en ese pequeño espacio con el vector del paludismo. Y no entiendes cómo ha logrado colarse, porque creías haber tapado todos los agujeros de la mosquitera con cinta americana, has sido muy cuidadosa metiéndola bien bajo el colchón y cerrando la puerta con mosquitera incorporada. Además apenas utilizas las linternas para evitar atraer la atención del maldito bicho y te embadurnas con el relec extraforte desde primera hora de la mañana para resultar CERO apetecible para el peligroso díptero. Sin mencionar que antes del viaje, has rociado toooooooda tu ropa con una solución de permetrina que deja un olorcillo apestoso y unos cercos grasosos en todas tus prendas.
Y, aun habiendo tomado TODAS las precauciones, ahí estás, buscándolo con tu linterna de luz roja porque no quieres estimularlo demasiado, pero te das cuenta que no ves un pijo, y te pones de los nervios porque cada segundo cuenta y puede estar ya posado sobre tu epidermis y tú no ser consciente de ello. Necesitas encontrarlo YA porque el primer objetivo es cargártelo de una palmada. Pero nooo, él se esconde entre los pliegues de la mosquitera, se confunde con las rayas de tu manta y vuela en modo silencio para que pierdas definitivamente los nervios y te lances fuera de la mosquitera. La dejas completamente abierta. Luego la cierras porque te parece que está demasiado abierta y pueden entrar otros seres si tienen tanto espacio para transitar. Mientras piensas cuál será el tamaño de apertura ideal para que salga tu enemigo, enciendes las linternas (todas) en su punto de máxima blancura y las dejas lejos de la cama, muy lejos.
Decides que probablemente no lleves encima una capa de relec lo suficientemente generosa y, sin desnudarte del todo, te vas aplicando una cantidad ingente en cada milímetro de tu piel, incluida la cara. Y en tu ropa. Y en tu pelo. Y te pones la sudadera porque prefieres cocinarte a contagiarte. Y dejas que pase un buen rato (cada vez menos horas de sueño) y decides intentarlo de nuevo. Entras rápidamente y metes histéricamente la mosquitera por debajo del colchón. No se oye nada. No se ve nada. Ha salido. Objetivo alcanzado.
Pero claro, con tanta tensión se te olvidó apagar la fuente múltiple de luz masiva que está en la otra punta de la habitación.
Sales de la mosquitera abriendo un agujero ridículamente minúsculo (que se amplía enseguida porque aunque quieras moverte como una ninja eres una blanca normalita que está agotada y atacada) y metes de nuevo la mosquitera bajo el colchón. Rápidamente te aproximas al rincón, apagas todas las luces y ya si que no ves nada de nada, porque se te olvidó dejar el farolillo rojo encendido antes de salir de la cama.
A tientas tocas las superficies y se te engancha el meñique del pie izquierdo con la pata de la silla. Pero el dolor no te paraliza. El instinto de protección es así. Una vez tocas la cama repites la maniobra de la mosquitera emulando a la Z -Jones y te encierras de nuevo en tu habitáculo traslúcido. Golpeas la ropa de cama contra el colchón por si se hubiera quedado el insecto agazapado bajo tus sábanas, aunque dudas mucho que con la sobredosis de relec el pobre sobreviviera. Encuentras el farolillo. Te has dejado el móvil fuera pero abandonas la idea de recuperarlo. Te pones los tapones, el antifaz y te cubres por completo con la sábana. Empiezas a sudar y te abandonas a la modorra, que si no no hay quien se levante a las 6 mañana.