Dicen que pisar una caca por la calle o que una paloma te deje un “regalo” justo cuando pasas por debajo atrae la buena suerte. Que los martes son días de desgracias y que si ves una araña en casa o una mariposa blanca, tendrás fortuna.
Poco hay escrito sobre el significado de que un dulce bebito se orine encima de ti, pero parece que si, que hay culturas que contemplan esto como un símbolo de buena suerte y prosperidad al considerar que el niño, inocente y puro, te estaría, a su manera, bendiciendo. Y, sea verdadero o falso, yo he decidido que esas culturas tienen razón, porque el día ha mejorado desde que la pequeña Providence (prima de la huérfana Marie) se ha aliviado en mi regazo. Tanto calor hacía que el líquido elemento hasta me ha refrescado.
No es la primera vez que me pasa aquí, no os creáis. Hubo un año en que la malnutrida Anaïs (que acabó uniéndose al ejército de ángeles que colman este cielo) relajaba esfínteres una de cada 3 veces que yo la cogía.
Aquí coger a un rorro es como jugar al “pis ruso”. Los bebés no llevan pañales y deberás decidir si las ganas de tenerlos en brazos sin saber si están cargados supera al asquete que te puede dar si deciden evacuar. Yo elijo brazos. Siempre. Que de ropa uno siempre se puede cambiar y abrazo que no se da, caricia que se pierde.
Mañana pre-bendición
Amarga y frustrante.
Los padres de Emmanuel (el bebé de la Habitación Bonita) y de la adolescente embarazada (Esther) han firmado el alta voluntaria, convencidos de que la medicina occidental nada más les puede ofrecer. A los dos les esperan las escarificaciones o la muerte en casa, pero al no ser espectadora de esos finales, al menos una puede soñar desenlaces alternativos que no duelan tanto. Como Lucas, a quien imagino un poco más gordito en brazos de su madre que se resguarda del sol bajo un imponente mango.
Después del pase de visita, comenzaba el último intento por restablecer la conexión entre la planta fotovoltaica y el ingeniero de EKI en España.
Y es que yo tengo un ángel en España que se llama Ángel.
Es joven, guapetón, tiene pelazo, es generoso con su tiempo y sus conocimientos pero, sobretodo, tiene una paciencia INFINITA.
Y cuando digo infinita no exagero ni un pelo.
Hablo mucho con mi ángel español estos días. El control remoto que compramos para que desde España se pudiera supervisar la actividad de la planta fotovoltaica ha dejado de comunicar. Era importante esa comunicación porque nos ha permitido hacer diagnósticos de los problemas a distancia ya que en Chad encontrar un técnico cualificado y dispuesto a viajar al sur resulta muy complicado.
Cada día probamos algo diferente mi ángel y yo para intentar que la cosa vuelva a funcionar. Limpiarlo todo bien. Reiniciar el control remoto clip mediante. Sacar un cable, volver a meterlo. Cambiar un cable por otro. Encender y apagar el módem.
Comprobar con un ordenador que la sim de dentro funciona. Intentar reiniciar el control.
Reiniciar la planta fotovoltaica…
Hoy, penúltimo día de trabajo en Saint Joseph, Ángel y yo seguimos conectados para intentar que sane ese cordón umbilical que falla desde hace meses.
Esta mañana, como en días previos, mi particular sala de operaciones seguía llena de mugre. Cacas de ratas, milhojas de polvo, telarañas antiguas, nuevas y seminuevas…un horror. Y eso que Jean Paul asegura que había vuelto a limpiar. Claro, que todo depende de los estándares de limpieza del sujeto que limpia.
Primera fase: re-limpieza del campo
Segunda fase: la regleta. Esta fase es inenarrable. Puede que hayan sido los 50 minutos más largos de mi estancia aquí. Adaptadores que no encajan, clavijas que no caben, interruptores que se rompen…todo en calidad china.
Tercera fase: encender el grupo el electrógeno para asegurarnos de que el hospital no se quedaba en la sombra y hacer el único cambio de cables que nos faltaba.
Resultado: fracaso. Anotado. Para el próximo viaje tocará traer un nuevo control remoto.
Con todo y con eso, la situación eléctrica ha mejorado notablemente desde que, en 2018, hartos de tanto niño muerto, nos dispusimos a llevar la luz a Saint Joseph. A finales de 2016, una ONG italiana terminó la instalación de una planta fotovoltaica en Saint Joseph de Bébédjia. Los equipos, auténticos Ferraris cuyo manejo resulta complicado hasta para los técnicos europeos, fueron alojados en un contenedor en cuyo interior se alcanzan temperaturas próximas a los 60° en abril. ¿Qué pasó? Que la planta funcionó unos meses y no había servicio técnico al que llamar cuando dejó de hacerlo.
Long story short, tras 5 años de llamadas, ingenieros, alianzas con otras ONGs, contenedores y mucho esfuerzo, Saint Joseph tiene luz. En marzo, por las altas temperaturas, hay que encender el grupo electrógeno dos o tres horas al día y por las noches sigue en marcha la fotovoltaica en las zonas críticas como la pediatría.
Ahora si. Si un niño necesita oxígeno, lo tiene. Y solo por eso ha merecido la pena esta batalla que más que batalla ha sido una guerra contra la oscuridad.
La mañana pre-pis ha terminado con frustración porque la Dra. Lumière AKA Madame McGyver se creía invencible desde el punto de vista de mañosidad y la realidad es que soy del montón. Zasca de humildad acogido.
Luego vino la alegría de ver a los peques en la APMS, la manita de Sadia en mi mano un ratito y por fin, el pipí de Providence.
Mañana post-pis
Jennifer tenía malaria pero la fiebre ha desaparecido y la saturación de oxígeno se ha normalizado desde que está recibiendo tratamiento.
Catherine, la madre de Martina, y ya sin el tubo de drenaje torácico, ha encontrado fuerzas para Catherine, la madre de Martina, y ya sin el tubo de drenaje torácico, ha encontrado fuerzas para ver a su hija.
Ha ingresado un bollo de 5 meses llamado Joie con 2,7 de hemoglobina para el que pronto se ha encontrado sangre y cuya carita (quelecomolacara) mejora cada segundo que pasa. Y no llora cuando ve a la nasara. Y no sé…que tiene buena pinta la cosa. En la tarde post pis hemos organizado nuestra ya tradicional cena con las misioneras y el staff. Tortillas de patata, ensaladas, embutidos, sangría y alguna delicia más para celebrar que, un año más, seguimos enganchados a Saint Joseph cuyas instalaciones y personal mejoran año tras año.
Los bailes con los médicos y con las hermanas me recuerdan que pronto dejaré mi otro lugar en el mundo para volver a mi preciosa jaula de oro, donde me espera mi otra misión. Qué sensación tan agridulce…
Ha sido un día bonito. Sin brisa, con la dosis justa de frustración y tristeza necesarias para saborear adecuadamente el buen rollo posterior.
Gracias, Providence.