Bebotó, 11 de febrero de 2024
No he dormido mal, pero si tuve muchos despertares porque con cada volteo en el camastro, los muelles se me clavaban en un sitio nuevo. Y la novedad, despeja. Me puse el despertador a las 6:30 (los que me conocéis sabéis el sufrimiento padecido…un domingo!) porque teníamos invitado especial para el desayuno: el Obispo de Doba, Monseñor Martin. Casualidades (o diosidades) de la vida, se encontraba por estos lares este fin de semana y, al enterarse que yo estaría de visita aquí, quiso acompañarme. Todos los años nos reunimos un par de veces con él para cambiar impresiones sobre nuestros proyectos en el terreno y este año se estaba complicando el encuentro porque monseñor anda de aquí para allá. La semana que entra viajará a Burkina Faso y no volverá hasta fin de mes. Mi visita, pues, a Bebotó, parece providencial, ya que entre bocado de papaya y sorbito de nescafé conseguimos tener esa reunión que se antojaba imposible en esta ocasión.
La misa del domingo se ha celebrado en una capilla singular. Una cúpula verde formada por las copas de 7 imponentes mangos nos resguardan del sol.
La celebración (enterita en ngambay), ha durado casi dos horas (me imagino el careto de mis adolescentes), y ha estado llena de color y música. Afortunadamente me han prestado un misal en francés para seguir la celebración, porque solo he alcanzado a entender algunos números, “gracias” y la palabra “nya”, que significa mucho.
En las estrechas bancadas de cemento se han ido sentando los habitantes de Bebotó, pero no al tuntún. Las mujeres y los niños, en las bancadas delanteras, pero sin mezclar: las mujeres con las mujeres, las niñas (aplastante mayoría) con las niñas y los chicos con los chicos. Los hombres (salvo los del coro, que también se sientan delante), se colocan en los bancos traseros y en uno de los laterales, pero dejando un espacio libre de personas entre las mujeres, la muchachada y ellos.
Aquí no verás un hombre sentado con una mujer. Tampoco si son marido y mujer. Y si van caminando, la mujer siempre debe ir unos pasos por detrás.
Las mujeres y niñas (¡qué bonitas son las chadianas!) visten coloridos paños, pero los hombres parece que prefieren la ropa occidental de segunda mano. Si, esa ropa vieja o pasada de moda que dejas en un contenedor pensando que irá a parar a familias necesitadas acaba en un contenedor en algún punto de África. En el caso de Chad, los árabes compran la mercancía por kilos (son los únicos que tienen dinero) y la venden en los mercados de de las cuidados grandes y medianas.
Después de la misa, ¡la aventura! A casi una hora de Bebotó se encuentra Bebó, el pueblo donde hay un santuario formado por unas extrañas rocas que fueron la guarida de los primeros misioneros que llegaron a principios del siglo XX. Más tarde, durante la guerra civil de 1965 (que duró hasta el 79), fue la guarida de guerrilleros, y nadie salvo ellos osaba acercarse a las rocas.
La gente de aquí lo llama “la montaña”, y me produce mucha ternura. Aquí todo es tan llano que una roca normalita les parece un ocho mil. Son rocas apetecibles para cualquier amante del boulder, pero no me he venido arriba porque aquí no hay traumatólogos y no me la quería jugar.
El plan ha sido completito. Hemos hecho una hoguera y hemos asado (o, más bien, chamuscado) unos duriiiisimos pedazos de cabra que hemos compartido con un grupejo de niños desarrapados que nos observaba desde la distancia. Unos llevaban tirachinas XXL (para cazar ratas), otros unos cuchillazos más grandes que ellos. Y estaban flipados con nuestra blancura (y eso que Chely y Chayito son bien morenitas) y nuestro acoplamiento campestre con mesas y sillas sacadas del recinto del santuario.
El premio a tamaña intimidación pasiva: un plato de arroz y 9 trozos equitativos de cabra que se han terminado en un santiamén.
Me imaginaba estar con Pablete aquí, recogiendo las ramas y los ladrillos para montar la lumbre sobre una parrilla que ha visto muuuucha cabra muerta a lo largo de estos años. Hemos llevado nuestra neverita sin hielo, claro. Más bien para que lo que estaba dentro no alcanzara los 40° del ambiente. Y ahí hemos estado, platicando sobre nuestras vidas, nuestras familias, sus vocaciones, los problemas de esta sociedad y de la nuestra hasta que ha caído un poco el sol y nos hemos lanzado a “la montaña”. En un par de trepaditas bien fáciles he llegado a una altura suficiente para disfrutar del paisaje del sahel desde lo alto. Las copas de los árboles (casi todas acacias o mangos), la bruma, el polvo del Sáhara en suspensión, focos de incendios controlados, las aves, el sol. Nunca vemos Chad desde esta perspectiva. Ha sido precioso.
Sor Chayito, que parece que tiene tanta vocación de fotógrafa como de misionera, me ha sometido a una sesión de fotos mientras colocaba el móvil en unas posiciones imposibles (e ineficaces, que he tenido que eliminar la mayoría de fotos por estar descentradas o con ramas interpuestas?).
Por cierto. Aviso a los bienhechores de Bebotó: entregué en mano a Sor Chely el dinero que recogimos en septiembre y octubre después de que Sor Chayito se viniera a Chad. 750 euros “extras” que recaen sobre un grupo de niños poco afortunados que tendrán la suerte de continuar sus estudios un año más. Sigue llegando hasta este remoto pueblo la ola solidaria de mis amigos y familia de España.
Gracias ♥