Bébédjia, 27 de febrero de 2023
La Brousse
Hace un año conocí a las misioneras Guadalupanas de Bebotó. Siempre digo que fue una encerrona de sor Tere. Ella sabía bien que si AnaLi, Ana Rosa y Chaito me contaban situación en la que se encontraban los alumnos de su escuela, San Kisito, yo intentaría ayudarles. Era otra mochila más, si, pero podía intentarse.
Bebotó está en la pura brousse. Saliendo de Bébédjia hacia Doba hay unos 30 kilómetros. Una vez allí, si quieres llegar al hogar de estas misioneras Mexicanas y a la escuela que sostienen, debes lanzarte a la maravillosa y estrecha pista de tierra con socavones y cráteres. Cómo será la cosa que para recorrer los casi 60 km que separan Doba y Bebotó hay que echarle un par de horas y mucha biodramina. Y sujetador deportivo, eso también.
Aunque el paisaje es más frondoso conforme avanzamos, ahora está muy seco. Esto después de las lluvias tiene que ser espectacular. Hay campos de cultivo quemados repartidos a ambos lados de la pista. Cada año los agricultores los queman antes de la época de lluvias, parece ser que para preparar la tierra para la próxima siembra. Los niños aprovechan los incendios controlados para perseguir a las ratas que ya no tienen donde esconderse. Una vez cazada una rata, la echan a un zurrón y siguen con las batidas hasta que la bolsa esté bien llenita. Entonces ensartan a los roedores en un pincho, los cocinan a la brasa y se los zampan. Lo que no se coman, se vende. Brocheta de rata con todos sus pelos. Ñam.
Además de los terrenos hechos ceniza se ven campos de cultivo de mandioca, que debe crecer mejor en esta época. Hay menos mangos y más árboles de karité. También abundan los “neré”, árboles de aspecto escuálido y desnudo de los que cuelgan pequeños frutos de color rojizo o negro que son una especia muy preciada en Chad. Tanto que si a uno se le ocurre recoger estos frutos antes de que se abra la veda, ingresará en prisión. Y las cárceles de aquí son de película de terror (y no teorizo; hace unos años estuvimos atendiendo a los presos y madremiademivida)…
A lo que vamos: tierra roja, mangos, árboles de karité y neré, pequeños campos de mandioca y alguno de penicillaire. Y a ambos lados, cabezas de ganado conducidas por niños de etnia mbororó.
Y esto que parece tan bucólico es frecuentemente la causa del derramamiento de sangre en estas tierras conocidas como “el granero del Chad”. Los bororós, nómadas, cruzan estos campos y sus cabezas de ganado arrasan con el esfuerzo y la inversión de familias enteras, abocándolas a la pobreza y el hambre. Los agricultores, en un intento de salvar sus cultivos, se enfrentan con los nómadas y ahí comienza las batallas cuerpo a cuerpo donde todos pierden. Es cierto que antes de que lleguen desde el norte con las vacas, las autoridades locales acuerdan un pasillo para pastar, pero cuentan que últimamente apenas se respetan esos límites. Las malas lenguas dicen que el ganado pertenece a las personas con poder del norte del país y que los nómadas son simplemente pastores contratados y que, por ese motivo, a nadie le interesa poner freno a este problema que tanto daño, dolor y muerte acarrea.
Se ven pequeñas aldeas alejadas de la pista, con construcciones idénticas a las que se ven por todo el país.
Parece que cada vez son más los bororós que construyen sus chozas para quedarse, despojándose de su ADN nómada. Sus casitas son redondas y algo más bajas de las de los chadianos, y entre ellas incluso hay huertos bien cuidados.
A la altura de Beboungaye está el mercado de cereal más grande de la zona. Verlo vacío te da una idea de lo bullicioso que debe ser un día de mercado.
En la Toyota vamos las tres hermanas de BEBOTÓ, cuatro “mamás” del pueblo que van comiendo mangos y charlando en la parte de atrás y Rocío y yo.
Llegamos a la Escuela San Kisito de Bebotó un poco más tarde de lo previsto (SIEMPRE surgen cosas imprevistas) y sabemos que los niños nos esperan ansiosos para tomar la bouille. Deberían mostrarnos su enfado pero, por el contrario, cada una de las clases (desde linderos hasta 6º de primaria) nos da una calurosa bienvenida. Cantan para nosotras e incluso uno de los chavales se ha aprendido un discurso de acogida en español.
Todos con sus uniformes azules, se muestran curiosos y divertidos. Somos las únicas nassaras que han visto aparte de las hermanas (que aunque consideradas nassaras, son muuucho menos blancas que nosotras).
En esta ECA (escuela católica asociada) hay unos 400 niños de los cuales casi la mitad necesitan beca. Si no se los becara, no vendrían a la escuela, o bien porque son tan humildes que no se lo pueden permitir o, sencillamente, porque sus padres no creen que la educación sea necesaria. Las mujeres de Emaus de la parroquia del Carmen de Pozuelo apostaron por este proyecto y yo tuve la suerte de conocer a los alumnos becados y de darles la bouille, que es una bebida que contiene de penicillaire, cacahuete, arroz y en ocasiones tamarindo. La bouille es un reclamo para ellos porque, para muchos, será la única comida del día. Por eso hay niños que quieren venir a este cole, poco importan los 4 kilómetros a pie que les separa de su casa. Otro plus son los maestros, que están motivados y comprometidos. Se ve que aman su profesión. Las escuelas públicas son harina de otro costal.
Cuando, al son de la música elegida por Sor Ana Rosa, he visto desfilar a la chiquillada para irse ya a sus casas, no he podido reprimir unas lágrimas (benditas gafas de sol).
Lagrimas de Alegria, esperanza y gratitud.
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